20080803

LOS MOTIVOS DEL FEMICIDA



Dos mataron por celos y un tercero por envidia. Todos se suicidaron. Sus cercanos dicen que no son asesinos sino hombres buenos que estaban equivocados. Aquí, tres historias que muestran cómo la violencia contra las mujeres sigue metida en nuestra cultura y justificándose de las maneras más increíbles.

Por Verónica Torres S.



EL CATEQUISTA CELOSO



El flechazo vino en la parroquia donde ambos eran catequistas. Luis Osorio le ganaba por once años a Sabina Morales. Era mecánico y ella estaba en cuarto medio. Se enamoraron mientras trabajaban en las “colonias urbanas” donde salían a buscar niños pobres para enseñarles el evangelio. Pololearon varios años. Sabina entró a estudiar pedagogía en matemáticas y Lucho siguió entre medio de los neumáticos, leyendo la Biblia. Desde chico era muy religioso: el más tranquilo de sus ocho hermanos. Un tipo sencillo, que le propuso casarse a Sabina sin aspavientos: él vistió un terno prestado y ella, una falda floreada con una blusa blanca. No hubo arroz a la salida. Sólo una fiesta organizada por los amigos de la parroquia. Los mismos, que trece años después, el 20 de diciembre de 2006, se espantaron al escuchar por la radio que Luis Osorio (48) había asesinado a su esposa Sabina Morales (37) con un cuchillo cocinero de quince centímetros y después se había suicidado.
“Fue una hecatombe. Se juntó el cielo con la tierra” recuerda Ana, parroquiana, amiga del matrimonio: “Los conocimos de lolitos y a nuestros ojos él era un hombre bueno: cocinaba, quería mucho a sus hijos. Asumió muchas cosas de la casa, porque Sabina estaba muy ocupada trabajando en unos colegios por allá arriba. Ellos eran humildes y él lloraba porque ahora ella tenía otro nivel. Porque cuando allá iban haber una fiesta y él quería acompañarla, ella respondía que no. Yo creo que le daba vergüenza su marido”.
Desde comienzos de año, Sabina trabajaba en el colegio Pedro de Valdivia en Las Condes. Todos los días salía a las seis de la mañana para llegar a las ocho en punto. Vivían en Estación Central, en la casa de su mamá, con Lucho, su hermano y sus dos hijos. El colegio quedaba lejos, pero a Sabina no le importaba. “Ella alucinaba mucho con el puesto que tenía. Decía que era otro mundo: los niños, el colegio” recuerda Rosa Osorio, hermana de Lucho.
En efecto, Sabina cambió. Así lo reconoce también Noemí, su madre. Sabina era emprendedora, una mujer con garra. Les enseñaba a sus hijos las mismas materias que les pasaba a sus alumnos. Quería que fueran profesionales. Soñaba con ponerlos en el Pedro de Valdivia y también con tener un auto, pero a Lucho no le parecía y en la parroquia se desahogaba “la Sabina quiere comprarse un auto. ¡Nosotros con auto!”.
“A mi yerno nunca se le terminó el alma de pobre”, se explica ahora Noemí. Y agrega: “Mi hija le decía haz tu propio taller mecánico, yo te compró máquinas y empezai a ser tú el patrón. Pero él se quedaba callado. Era muy callado y yo notaba que miraba mucho a mi hija cuando delante de él me contaba cómo motivaba a sus alumnos para que fueran emprendedores. Mi hija estaba tan linda: tenía otro roce, otro conversar. Era muy inteligente y a él le entró una envidia tremenda al ver que era otra y que iba a ser otra”.
Para no ser menos, Lucho decía que iba a estudiar gastronomía. Le gustaba cocinar y tenía que hacerlo porque Sabina no tenía tiempo. La noche del asesinato, Noemí le dijo a su yerno que podía hacer un charquicán. Pero Lucho dijo que no le gustaba esa comida. Sabina replicó que siempre comían lo mismo. Entonces, se fueron acostar al segundo piso. Lucho acostumbraba leerle un cuento a su hija antes de dormir, pero aquella noche la envío a lavarse los dientes al baño de abajo. Entonces, cerró la puerta y encendió la tele. La niña se puso a llorar y Noemí tuvo que tranquilizarla. Al día siguiente, la tele seguía encendida. Ya eran las siete y Sabina aún no se iba al colegio. Noemí tocó la puerta y como nadie contestó, se asustó. “Abre la puerta como sea” le dijo a Benito, su otro hijo... y se encontraron con el espectáculo: los dos muertos y ensangrentados encima de la cama.
A Lucho y Sabina los velaron juntos en la parroquia donde se casaron. También los enterraron juntos. “Por los niños”, dice Noemí. Ahora se arrepiente de haber aceptado eso, porque el cuerpo de su hija está descansando junto al de su asesino, pero en ese momento estaba tan turbada con la tragedia que no entendía nada. Jamás pensó que Lucho la mataría. No peleaban. No gritaban. Y en la fiscalía no hay antecedentes de violencia. Por eso, Rosa Osorio cree que el caso de su hermano es distinto a los femicidios de la tele. Incluso, se sorprendió cuando alguien le dijo en el velorio que Lucho era un animal. Un desgraciado.
“Es que ellos no conocían a mi hermano. Él jamás fue una persona agresiva. Nunca le faltó el respeto a la Sabina. Nunca le dijo “huevona” porque era muy respetuoso. Yo sabía que andaba depresivo, por eso no me sorprendió el suicidio. ¡Pero que haya matado a la Sabina! Eso fue impactante. Como era tan católico, tan en defensa de la vida. Siempre fue del NO, estaba en contra de la dictadura, de los crímenes a los derechos humanos. Era él más serio de los hermanos, él más razonable, el que paraba las peleas, el que nos decía que fuéramos a ver a la mamá cuando estaba sola”.
De hecho, fue a su mamá a quien Lucho le contó sus penurias. Según dice la familia, él sospechaba que el cambio de Sabina era porque tenía otra pareja. No encontraba naturales sus ambiciones.
Hoy, los hijos de Lucho están en custodia de Noemí y no hablan de su padre. De la familia, sólo Rosa va a ver a la niña que es su ahijada. Todas las noches con su madre lloran el suicidio de su hermano. Eso es lo que más les duele. Del asesinato casi no hablan, pero creen que Dios va a perdonar a Lucho “porque era buen hijo”, dice Rosa, y agrega: “Para mí, Lucho siempre va a ser alguien ejemplar. Porque lo que pasó fue sólo un momento de locura”.

Eduardo Pozas Neira: EL BUEN PARRICIDA

Mató a su hija Damaris un día después que cumpliera los 10 años. Mató a su esposa, Iris Formandoy (36), mientras su otro hijo de 6 años veía televisión en el segundo piso. Eduardo Pozas (39) hizo todo esto en abril y luego se suicidó. En la Físcalía Centro Norte dicen que compró el arma días antes. Pero a pesar de las evidencias, su familia no habla del asesinato sino del “accidente” y su tía Edith Pozas está indignada con los medios por haber bautizado a su sobrino como el parricida de Quilicura.
“Antes mi sobrino era macizote, pero en el cajón estaba chupado. Se lo comió la depresión. Iris lo engañaba con otro hombre, eso fue lo que pasó. Y yo quiero limpiar su honra. Porque cuando se habla de los femicidios la mujer siempre sale favorecida. Esta niña quedó como víctima y él quedó como malo y no lo era: era callado, buena persona, trabajador y lo más tremendo es que estaba enamorado”.
Pese al “enamoramiento” del que habla Edith, en la fiscalía hay denuncias por violencia intrafamiliar hechas por Iris. Según familiares de la mujer, ella huyó varias veces de la casa por agresiones. Pero siempre volvía y a todos les daba rabia porque antes era una mujer de carácter. Muchas veces los llamó llorando porque no tenía qué comer. Eduardo trabajaba en la empresa “Carpenter” como operador de máquinas, pero pasaba con licencia médica. Su propia madre, Hilda Neira, reconoce que su hijo era “fallero para trabajar”. Le gustaba quedarse acostado jugando Play Station. Tenía 39 años, era hijo único y su padre, un ex carabinero, murió cuando él tenía seis meses.
Tal vez, por eso, Eduardo no era un tipo cariñoso. No le tomaba a Iris la mano en la calle. No jugaba con los niños. “Tenía dos caras” dice la hermana de Iris: “tu llegabas a la casa y te mostraba una sonrisa y después le hacía a mi hermana los medios escándalos porque habíamos ido. Le mandaba mensajes de texto diciéndole que la iba a matar. Como ya iban 35 mujeres muertas le decía “tú vas a ser la 36”. Y a los dos minutos le enviaba otro mensaje pidiéndole una oportunidad”.
Finalmente, Iris dejó a Eduardo. Se había enamorado de un vecino que era opuesto a él. No la dejaba levantar un balón de gas. Llevaban seis meses juntos viviendo con los padres de ella y quedó embarazada. Eduardo sólo supo que ella tenía una nueva pareja. Su madre, Hilda Neira, recuerda que la noticia lo turbó. “Mi hijo me decía “mamá, ¿sabes? Ya no confió en Dios porqué Dios no me escucha porque la Iris parece que ya no vuelve y yo sufro cuando me viene a ver con los niños porque después se va”.
El sábado 12 de abril la pareja fue a Fantasilandia para celebrar el cumpleaños de Damaris. Los niños corrieron y se subieron a los juegos. Quedaron transpirados. Por eso, Iris los bañó y para no sacarlos al frío, Iris decidió quedarse a dormir con sus hijos en la casa de Eduardo. Pero a la mañana siguiente discutieron. Apenas Damaris los vio, llamó a una vecina por celular “el papá está con un arma”, le dijo. Eran las nueve. Iris corrió a la puerta para abrir el portón cuando sintió los balazos: Eduardo le había disparado a Damaris en la cara, en el hombro derecho, en el glúteo izquierdo y ahora venía por ella. En eso, llegó la vecina y las dos salieron corriendo hacia la calle. Entonces, Eduardo le disparó a Iris dos balazos: los vecinos dijeron que durante la pelea ella le dijo que Christopher no era hijo suyo al igual que la guagua que estaba esperando.
Después de matar a su esposa, Eduardo volvió a la casa y se descerrajó un tiro en la boca. En su trabajo todos quedaron en shock. Dijeron que era un tipo tranquilo, un evangélico que tenía un buen matrimonio. Por eso, Hilda, su madre, no se lo imagina con un arma aún cuando la fiscalía ya comprobó que esa arma era de él y que con ella les disparó a su hija y a su esposa.
“Yo digo que mi hijo no mató a mi nieta, ¿porque quién los vio? En el forcejeo se tiene que haber metido la niña a defenderlo y a uno de ellos se le salió “una” bala. Porque aquí no se sabe quién mató. De ahí, Iris salió arrancando y él le disparó, y después cuando volvió pa’ atrás yo creo que mi hijo vio a la niña muerta y dijo “pa’ que vivo yo si no tengo a mi hija que es lo más que quiero” Esa es la explicación que me doy yo. Pero la hermana de la finada ésta, trató a mi hijo de asesino. Entonces, mi hermana le dijo “fíjate bien lo que estai diciendo. Ustedes empujaron a esto a mi sobrino. Porque tu mamá predica en el pulpito y no debería haberle permitido al tiro otro hombre” Es que mi hijo no era para eso. La Iris lo provocó, ella se lo buscó. Porque si estaban separados y ella vivía con otro, ¿para qué se fue a meter a la casa de mi hijo? Ella tuvo la culpa y todos mis familiares dicen que habrían hecho lo mismo”.

Sergio Vásquez, cuñado de Nelson Adasme: “DECIR QUE NELSON FUE UN DELINCUENTES ES CARICATURIZARLO”


Nelson era infeliz. No era el tipo de la tele que mata mujeres y se solaza. Los últimos meses tenía una vida de perros, ¿o acaso no sufría? Alguien me dirá: ¡pero mató a una persona! Por supuesto. Pero sufría y su sufrimiento los transportaba hacia su mujer: mi hermana. Conocí a Nelson cuando yo era un veinteañero. Tenía un fiat 147 y usaba corbata. Era muy caballero y a mis papás les gustaba para Edith. Incluso, hacían bonita pareja: ella era blanca de ojos verdes y él, moreno maceteado. Practicaba artes marciales y enganchamos por eso. Al igual que Edith era separado y tenía una hija. Eso fue lo único que me contó. Nelson era súper reservado y cuando tenía problemas con Edith se cerraba como ostra. A veces íbamos a verlos y él sólo miraba tele. No te saludaba aún cuando días antes habíamos estado felices haciendo un karaoke. Nunca sabíamos qué chucha le pasaba hasta que mi señora le dijo “Nelson, ¿qué onda?” y él contestó que cuando se enojaba con Edith se nublaba.
Por lo que cuentan mis sobrinas, entre ellos no hubo violencia física. Pero en los primeros años sí hay un episodio. No fueron golpes fuertes: fue un cucharazo. Edith llegó a la casa llorando y después apareció Nelson. Estaba barbón, lo cual lo hacía parecer aún más destrozado. Les pidió perdón a mis papás y prometió que nunca más volvería a hacerlo. Deberíamos haber intervenido en ese momento, pero el ser humano es limitado y las tragedias no se pueden evitar.
A fines de 2006, Edith ya no estaba viviendo en la casa porque Nelson tenía una depresión muy fuerte y tomaba fármacos. Se hizo dependiente de mi hermana y ella siempre trataba de agradarlo, pero a él no le bastaba. Durante las últimas vacaciones que pasamos juntos se enfermó para cagarle el verano. Estaba decidido a arrastrarla en su dolor. Pero ella se daba fuerzas y un día mientras caminábamos por la playa me contó que Nelson tenía unos celos enfermizos. Los dos eran visitadores médicos y cuando ella hacía visitas, Nelson- en vez de estar en su pega- iba a verla. La celaba a tal punto que cuando se le presentó un viaje de trabajo fuera de Chile él se autoagredió: quería suicidarse.
Edith me pidió que fuera a verlo para el año nuevo. Necesitaba mi opinión. Nelson estaba mal. No dejaba de contarme historias de infidelidad. Me daba detalles bizarros de cómo abordaba la situación. Porque si yo presumo que mi señora es infiel la abordo: no le hurgueteo las cosas y tampoco la llamó y le pregunto “¿quién te llamó?...” Le dije a Nelson que tenía que ir a un psiquiatra porque entre ellos existía amor, pero me dijo “No es amor es SUFRIMIENTO”. Apenas salí le pregunté a Edith si tenía otra pareja. No iba a condenarla. Con lo que pasaba no sería extraño. Pero no tenía a nadie y busqué en Internet sobre la celopatía. Ahí salía “cuando un celópata inventa un tercero puede llegar al suicidio o a la muerte de la pareja”. Me asusté y le dije a mi hermana que era peligroso que se acercara. Nadie sabía que había comprado dos armas el mismo día que tenía hora al siquiatra. Edith lo iba a acompañar, pero él no llegó y el 15 de enero fue a verlo con la hija de ambos. Quería que finiquitaran el arriendo porque estaba lista para cambiarse con sus dos hijas a otro lado. Nelson le pidió a mi sobrina que fuera a comprar y al volver, ella se encontró con sus dos padres muertos en el suelo.
Nelson se suicidó después de dispararle a mi hermana y lo comprendo. Porque soy educador diferencial y entiendo que tenía un trastorno psiquiátrico. Entonces, cuando veo un cartel que dice “los violadores y los femicidas son delincuentes” digo “paremos de generalizar”. Decir que Nelson fue un delincuente es caricaturizarlo. Porque él no iba a matar a nadie más que a Edith. Por eso, envió a su hija a comprar. Pero es tanta su celopatía que no pensó que iba a privarla de sus padres. Los femicidas son victimarios, pero también son víctimas de sus propios fantasmas. Por eso, para salvar mujeres ¡HAY QUE SALVAR HOMBRES! Seguro que Nelson le contó a sus amigos que estaba obsesionado con Edith y nadie fue capaz de decirle “oye, ¡qué onda!, tu mujer es tu compañera no tu posesión”. Con esa construcción cultural sería más difícil para algunos transformarse en celópatas. Por eso, con otros familiares vamos a hacer una corporación para crear una cultura de la paz intrafamiliar. Porque si queremos que los femicidios dejen de ocurrir, hay que hacer la reflexión desde el club de Toby. En un ámbito medio alto, se oculta un golpe, pero se justifica la toma de decisiones unilateral. El diálogo entre dos hombres que van a jugar a la pelota es “mañana vamos a jugar” y el amigo te dice“¿no tenís que pedir permiso”, y el otro responde “estai loco”. Porque si admite que le comenta a la señora su panorama le gritan ¡Macabeo! Y esa cuestión es ridícula. Porque si ambos viven juntos es lógico que compartan la planificación del fin de semana. Yo creo que los hombres podríamos atajar ciertas actitudes y decirnos “compadre, por ahí no es el camino”.



2 comentarios:

Paz dijo...

Me parece muy interesante que hagan el relato del femicidio desde los hombres, y sus familias. Aunque no estoy de acuerdo con las justificaciones que dan los familiares de los dos primeros victimarios, quienes justifican la violencia por los actos cometidos por la mujer, si me pareció muy aportadora la visión de Sergio Vásquez, quien con más recursos busca una manera de enfrentar el problema.
Una que alude a acompañar a estos hombres que andan perdidos y cambiar el concepto de mujer propiedad a mujer compañera. De ver la familia como una empresa de a dos, y por lo tanto, de repartir las responsabilidades. Un espacio en el cual podamos tener conversaciones diferentes, que eviten llegar a estos extremos de violencia.

Unknown dijo...

Estimad@s:
me parece excelente que The Clinic haga una nota respecto de los femicidas en nuestro país. Sería interesante que pudieran entrevistar a alguien que haga una lectura más profunda de las opiniones que allí aparecen.
La violencia en contra de las mujeres es un fenómeno cultural y su expresión más evidente y brutal se encuentra en los espacios domésticos. Ese es el caso de las 3historias expuestas en este reportaje. Sin querer dar una cátedra del tema, quiero simplemente decir que, en general, los hombres que agreden a sus parejas no son "enfermos". De hecho, un muy bajo porcentaje de ellos tiene una patología mental. La generalidad nos habla de hombres "normales", que sólo agreden a su pareja y a nadie más. Esto tiene relación con el abuso de poder que existe por parte de los hombres, poder que es otorgado culturalmente, a través de la sobrevaloración de lo masculino y la subestimación de lo femenino. Es por esto, que es muy usual encontrar personas que digan que los asesinos eran "un pan de dios", buenos vecinos, buenos trabajadores, etc. porque efectivamente es así. El problema es con su pareja, porque son ellos quienes ostentan el poder y el control en la relación, y la violencia es una forma de mantener ambos aspectos. La violencia es una conducta inteligente, sirve para conseguir algo, no es accidental.Uno DECIDE golpear, humillar, violar o asesinar. Prueba de eso, es la compra de las armas que mencionaba el artículo, fue algo premeditado.
Si queremos lograr igualdad de derechos entre hombres y mujeres, una de las primeras cosas que tenemos que hacer, es dejar de justificar a los hombres que ejercen violencia en contra de las mujeres. No son enfermos psiquiátricos y efectivamente son delincuentes, puesto que agredir, violar y matar a una mujer son delitos para nuestra legislación. Me parece bien que existan propuestas por parte de los hombres para reflexionar respecto de la construcción de su masculinidad. Habrá que esperar que tanto la sociedad civil como el gobierno se organice para facilitar el proceso de erradicar la violencia en contra de las mujeres y así evitar ser testigo de estas historias, que simplemente vuelven a poner a las mujeres como las culpables de todo lo que les sucede. BASTA YA!