“El Pejesapo” es una película cruda que destila angustia a cada minuto. Fue filmada en 2006 en formato digital con un presupuesto de apenas 250 lucas. Este año se exhibió en Cannes, en una muestra paralela y se apronta a debutar en el festival de Locarno. El protagonista es Daniel SS, un suicida frustrado que mata a una pareja de ancianos y peregrina por la ciudad buscando empleo y drogándose. Un abusador que es abusado; un pejesapo sin compasión, ni autocompasión. Héctor Silva, ex canero, lo interpreta magistralmente. Olvídese de los actores haciendo de flaites. Este es uno de verdad.
POR CLAUDIO PIZARRO • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
No fue algo planificado. Simplemente a alguien se le ocurrió. Héctor Silva estaba con dos amigos en las inmediaciones de avenida Matta, venían de un carrete y no tenían ni un peso, así que no encontraron nada mejor que asaltar a un taxista. Camino a la Legua lo intimidaron con cuchillos y le quitaron la plata. Luego se dispersaron. Silva arrancó por los pasajes de la población hasta toparse de frente con un furgón policial.
-Los pacos se bajan y siento un disparo. No se cómo no me llegó. Levanté las manos y me entregué- recuerda.
Tres meses más tarde tuvo un careo con el chofer y reconoció su participación en los hechos. La jueza le informó que tenía una orden de arresto pendiente por el mismo delito, sumó las dos causas y lo condenó a 10 años de prisión.
Silva tenía 21 años y fue a parar a la cárcel de San Miguel. Allí se encontró con un antiguo vecino de la población San Gregorio que había “faenado” a un borracho odioso luego de que éste le pidiera copete con una pistola en la mano. Silva, aquella vez, lo ocultó en su casa un par de días. En la cárcel el tipo le devolvió la mano. “Tranquilo cabro que aquí no te va a pasar nada”, le dijo. Para Silva no fue fácil asumir una larga condena.
-Tuve que aperrar y evitar contagiarme con tanta mierda- recuerda.
Al cabo de tres meses se metió a un taller de pantomima. Necesitaba mantenerse ocupado y distraer la mente. En el grupo conoció al Cazabilletes, el Huevo y el Carepalta. Este último, tiempo después protagonizaría un capítulo de Mea Culpa. Silva recuerda que conversó con Carlos Pinto y éste se comprometió a “tenderles una mano cuando salieran en libertad”. Jamás olvidó la oferta.
Tras un año y medio en la cárcel de San Miguel fue trasladado al penal Colina 1 y el grupo de pantomima se disgregó en distintos módulos. Silva se dedicó a la carpintería y a la confección de jeans, pero comenzó a tener problemas con otros internos y pidió ser trasladado a una comunidad terapéutica que funciona en un exclusivo pabellón del penal. En el año 98 es aceptado. El cambio es radical. Las celdas son individuales, tienen televisión, agua caliente y luz toda la noche. Lo peores día de la cana habían terminado.
EL PERDÓN
A principios del año 2002 Jacqueline Romeau, una profesora de teatro que dirigió la obra “Pabellón 2, rematadas” en la cárcel de mujeres de Antofagasta, se integró a Colina 1 con el objeto de desarrollar un taller inserto en un proyecto de teatro testimonial carcelario. La idea era replicar la experiencia desarrollada con las internas del penal nortino.
-Para mí la llegada de la Jacqueline fue como una bendición- rememora Silva, quien se inscribió de inmediato en el curso.
El entusiasmo inicial de los presos fue decayendo hasta quedar solo seis integrantes. La preparación de la obra duró nueve meses. Primero hubo un trabajo de investigación que priorizó los testimonios de cada interno. El proceso permitió a los reclusos abandonar la coraza autoimpuesta en el encierro y liberarse de sus trancas.
-Me sirvió para aceptar mis defectos, perdonarme y darme otra oportunidad- cuenta Silva.
Luego de la investigación vino la fase de dramaturgia. Poco a poco comenzaron a aflorar los personajes y se empezó a perfilar la obra. Silva asumió dos papeles. Una nana arribista y un político embaucador. En ambos roles destiló humor y sátira social. Tampoco desechó la oportunidad para lanzar algunos “palos” a los poderosos. El discurso lo tenía completamente asimilado.
-Qué sacan con hacer más cárceles. Tienen que atacar la pobreza. Ahí tienen que meterse. Hay que repartir la guevá más equitativamente. Si aíslan a la gente en un gettho no van a terminar nunca con la delincuencia- declamaba.
“Colina 1, Tierra de nadie” finalmente se estrenó el tres de abril de 2002 en el gimnasio del recinto penitenciario. Su hermana y su madre estaban en primera fila. Durante sus 10 años de encierro nunca lo abandonaron. Y aquella vez no fue la excepción.
Luego de un fuerte abrazo y del tradicional “mierda-mierda” los presos saltaron a escena. Silva recuerda que estaba nervioso pero tras el primer aplauso se relajó. Al finalizar la obra el público los aplaudió de pie. “Fue súper emocionante ver a mis compañeros tirar sus lagrimones” recuerda.
Aunque todavía le quedaba un año de reclusión consiguió, junto a sus compañeros, permiso para representar la obra fuera de la cárcel. Cada vez que salían eran trasladados en un carro de Gendarmería. A la gente le chocaba ver semejante despliege pero al final se acostumbró. Sabían que era una obra hecha por reos. Ese mismo año participaron en el festival Teatro a Mil. La obra fue calificada entre las 10 imperdibles del certamen. La prensa destacó el trabajo de Silva y alabó su “talento innato”. La compañía realizó una gira por el norte del país y, luego de obtener beneficios carcelarios, emprendieron una gira por Argentina y Brasil. Era la primera vez que Silva salía de Chile y la primera vez que se subía a un avión.
MEA CULPA
Al abandonar la cárcel a mediados de 2003 los sueños de Silva chocaron con el destino clásico del ex presidiario: la falta de oportunidades. Una vez, recuerda, estaba viendo una obra de teatro y se encontró con Carlos Pinto. De inmediato recordó que el conductor de Mea Culpa, cuando realizó el programa sobre el “carepalta”, les había ofrecido “tenderles un mano en libertad”. Silva se acercó al periodista, le dijo que ahora era actor, que trabajaba en la obra “Colina 1” y le recordó la oferta prometida. “Me dijo que fuera a su oficina pero jamás me recibió. Entregué mi currículum pero nunca me llamaron”, cuenta.
Pese al rechazo siguió perseverando. Había abandonado el consumo de drogas y estaba empeñado en abrirse paso en el mundo de la actuación.
-Sabía que tarde o temprano alguien se iba a fijar en mí- reflexionaba en aquel entonces.
Y no se equivocó. José Luis Sepúlveda, un joven estudiante de cine de la Universidad Arcis, le ofreció protagonizar un corto en 35 milímetros. El sueño de Silva comenzaba a tomar forma. Pero de una manera algo extravagante.
-Al principio aluciné. Empecé a engrupirme con guevás na que ver: glamour, prensa, autos, dinero, minas, lujos, SQP- recuerda.
Ahora se ríe y reconoce que se pasó “cualquier rollo”. Terminó por aterrizar sus fantasías y comenzó pronto a trabajar en “Ojos volteadores”, el corto donde le tocó interpretar a un hombre criado en un circo de travestis que evoca a cada paso sus dramas de infancia. “El personaje es bien cagao de la cabeza, con una mentalidad medio sicópata y asesina”, cuenta Silva. Si bien el formato empleado en la obra respondía a los cánones clásicos, muy apegadito al guión, Sepúlveda se dio maña para trabajar una secuencia más libre hacia el final del film. Fue la escena que más le gustó del corto y decidió explorar por allí. Sepúlveda empezó de inmediato a trabajar en un proyecto de largometraje que tenía en mente desde su época de estudiante. Se llamaba El pejesapo. Silva nuevamente interpretaría al personaje principal.
EN LA MIERDA
El pejesapo se comenzó a filmar en abril de 2006. Sepúlveda la financió a pulso con recursos propios y casi sin presupuesto. Silva recuerda que las primeras escenas las fueron a grabar a Pirque viajando “por monedas en la micro”. A veces, incluso, se quedaban a acampar allá. El registro, debido a la falta de recursos, se prolongó por cerca de un año.
La estética, a diferencia del corto anterior, iba por otro lado. La idea era priorizar el trabajo actoral en contextos preestablecidos. Sepúlveda prácticamente no usó libretos y se limitó a encausar el curso dramático de la acción. El resultado fue una obra impregnada de un realismo sucio, mitad documental, mitad ficción.
Silva interpretó a Daniel SS, El Pejesapo, un hombre que luego de lanzarse al río es devuelto por las aguas. Luego de salvarse comienza su periplo aterrador. Primero mata a una pareja de ancianos, luego peregrina por la ciudad buscando empleo, participa en protestas, consume pasta base, vive esporádicamente con su pareja deficiente mental y se vincula con un travesti. Es un ser fisurado que busca desesperadamente sus coordenadas existenciales.
-El pejesapo no sabe para dónde va la micro y muestra el lado oscuro de la marginalidad urbana. Quiere vivirlo todo y conocerlo todo. Por eso se mimetiza estableciendo cruces entre el bien y el mal- relata Silva.
Imbuido por su experiencia personal Silva da vida a este ser impredecible. Empaparse de su aura fue todo un desafío. Para ello debía sumergirse en el personaje y vivir a concho sus emociones. Nunca le hizo el quite.
-Si me tengo que meter en un estanque lleno de mierda no me sirve que me pongan mojones de plástico. Tengo que meterme en la mierda, sentirla, olerla, palparla y si fuera posible comerla con tal de expresar lo que tengo que expresar- asegura.
Y da fe de sus palabras. En el último tercio de la película se vincula con Barbarella, un travesti de circo que se interpreta a si misma, con quien protagoniza una escena de sexo explícito que tiene un giro radical justo al momento del coito. Cuando el espectador piensa que El Pejesapo va a poseer al transformista, éste se repliega y se deja penetrar.
-Lo hace porque es un tipo vulnerable, quizás abusado en su infancia. Yo no estoy mostrando nada nuevo. Hay guevones casados, con hijos y les gusta por trasandino. Yo sólo intento retratar a un personaje- comenta.
La película terminó de grabarse en el verano del año pasado. Una vez editada comenzó una itinerancia por distintos festivales. En Rengo ganó el premio al mejor director, fue seleccionada para el festival Latino de Toronto y en Valdivia se matriculó en la sección Work In Progress.
A principio de este año El Pejesapo fue nominado en tres categorías en los premios Pedro Sienna: mejor película, mejor guión y mejor actor. Todo un mérito para una película hecha con apenas 250 lucas y que competía con films de más de un millón de dólares como Casa de Remolienda o el Chacotero Sentimental. Al final no recibió ninguna distinción. Héctor Silva fue lejos el más defraudado.
-Le dieron el premio a Daniel Muñoz por su capacidad para hacer reír. Si quieren me pinto la cara de payaso y les hago un show. No me dieron el premio porque se premian entre ellos y son los mismos que se dan los fondos- alega.
Pero la película tuvo una esperada revancha. Este año fue seleccionada en Cannes para exhibirse en una muestra paralela y en Agosto competirá en el festival de Locarno, en Suiza.
Héctor Silva, mientras, goza de buena reputación. La crítica ha destacado su trabajo, pero aún no puede dedicarse por completo a la actuación. Trabaja en una planta de reciclaje electrónico en Quilicura y la empresa le da las facilidades para actuar. Hace un par de semanas regresó de España luego de una exhibición de Colina 1 en la cárcel de Alcalá de Henares y Casa América en Madrid. En el pasado Festival de Cine Social de La Pintana, luego de mostrar la película en la población Santo Tomás, se le acercó un tipo y le dijo “anda a meterte al pasaje mío y hací una película 20 veces mejor que esá guevá”. Silva lo miró asombrado. Se había encontrado de frente con otro pejesapo.
20080719
LA ALEGRE VIDA DEL HORRIBLE PEJESAPO
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1 comentario:
en enero 2016 vi el pejesapo pa mi la mejor pelicula chilena que he visto lo raro es que siendo casi todos los films chilemos entre malos y pesimos , este es muy bueno.
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