20080816

La paradoja del lucro en la educación chilena

POR QUÉ LA GENTE ELIGE EL QUESO RANCIO

Quienes defienden el lucro en educación se aferran a una promesa no cumplida del sistema subvencionado: que la competencia mejora la calidad, porque los consumidores eligen el mejor colegio, como eligen el mejor auto o el mejor queso. La realidad indica otra cosa. Dar con un buen colegio es complejo, sobre todo para las familias de más bajos recursos: hay poco donde elegir, no hay tiempo para preguntar y la calidad depende más de lo que ofrece el sostenedor que de lo que exigen los padres. ¿Qué hace la mayoría de quienes no tienen plata para matricular a sus hijos en colegios privados? Buscan el más cercano, cruzan los dedos y la mayor parte del tiempo olvidan preguntar por el gran indicador inventado por los expertos para evaluar los establecimientos en Chile: la prueba Simce.

POR M.R.A



La educación particular subvencionada es un invento chileno de los 80 que se rige por una lógica parecida a la de las AFP o las isapres, esto es, que para mejorar la calidad de los colegios, el Estado debe abrir las puertas a los privados y forzar la competencia. El modelo arranca de varios supuestos. El más importante es que los padres elegirán la mejor educación que esté a su alcance. Para ello se informarán, igual como compran queso en los supermercados, de las mejores ofertas. En este caso, los resultados de los colegios, su malla curricular, la experiencia de sus profesores. A la vuelta de un par de años, decían los promotores del modelo, los buenos colegios sobrevivirán y los malos cerrarán.

Como es obvio, el lucro del dueño del colegio juega un rol muy importante en este plan. Y esa es una de las innovaciones del modelo chileno, pues hasta entonces a nadie se la había ocurrido que uno se podía hacer rico con la educación. Así lo explicaba a fines de los 80 el ingeniero comercial Gerardo Jofré, ex Odeplan, asesor del ministerio de Hacienda hasta 1988 y uno de los mentores del modelo: “En el caso de un establecimiento educacional con fines de lucro, éste procurará encontrar una combinación de calidad educacional y costos que dé la máxima utilidad. En otras palabras (...) maximizará los esfuerzos para entregar la mejor calidad posible de servicio, para obtener así el máximo de preferencias del alumnado y con ello el máximo de ingresos”.

La idea era que surgiera un ejército de nuevos colegios, con dueños maximizadores de la calidad y el ingreso. Esta nueva oferta privada daría más alternativas a las familias de menos recursos, que hasta entonces solo podían optar por los establecimientos municipales. Indirectamente, éstos también se verían beneficiados, pues la competencia con los subvencionados los impulsaría a mejorar también sus resultados.

Hoy está claro que, contra las promesas de la teoría, los colegios malos no sólo no desaparecieron sino que son la mayoría. El lucro no generó mejor calidad educativa, aunque sí grupos de mega sostenedores millonarios; y tampoco los padres salieron a mirar colegios con la dedicación obsesiva con que una dueña de casa puede evaluar, por ejemplo, el precio del papel confort.

Al contrario, diversos estudios demuestran que los padres eligen escuela siguiendo más su intuición que el Simce, que es el gran indicador de la calidad del que dispone el público. Como demuestran las entrevistas que realizamos, los colegios con peores resultados no pierden alumnos ni tienen que temer por ello. Es como si hoy en la TV apareciera que las cecinas X se elaboran con caca y pese a eso, la gente las siguiera comprando.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué el mercado no acabó con los malos colegios?
No hay una sola explicación. Los estudios señalan que, primero, las familias pobres nunca han salido a buscar calidad académica porque tienen otras urgencias que resolver, como seguridad o distancia. Dicho de otro modo, es muy difícil para un jardinero de La Pintana ir a dejar a su hijo a un “buen” colegio en Providencia, y después partir a trabajar a La Dehesa. Recorrer la ciudad requiere tiempo y recursos, justo las dos cosas que más les faltan a los que necesitan de mejores colegios.
Pero eso no es todo. Porque educar a un pobre es mucho más caro que educar a un joven de clase media: son muchos más los vacíos que hay que llenar, desde la cultura a la alimentación. Y los recursos del Estado (40 mil pesos mensuales por niño) son tan insuficientes que no es posible que en esos sectores un colegio sea muy distinto de otro; menos aún si en todos ellos hay un dueño buscando obtener el lucro que le ha prometido el sistema.

Raya para la suma, a 20 años del gran invento chileno, el lucro ha generado algunas fortunas (como la de Filomena Narváez, dueña de dos cadenas de colegios), pero sobre todo ha masificado escuelas tipo minipyme, instituciones de baja calidad que sólo son comparables con las micros amarillas que había en Santiago: cada una de un dueño distinto, haciendo lo legal y lo ilegal por cortar más boletos. Se trata de colegios donde el nivel académico no es relevante ni para los sostenedores ni para los padres. Y basta ir a los establecimientos que han obtenido los peores Simce para confirmar que los apoderados no han dejado esos colegios ni piensan hacerlo, como se esperaría que hicieran clientes decepcionados de un servicio.

Dentro de la enmarañada lógica a través de la cual las familias eligen los peores colegios para sus hijos, priman incluso ciertas dosis de clasismo que los llevan a preferir pagar por un “particular” malo que ir gratis a un municipal no tan malo, porque con los 5 mil pesos de diferencia sienten que están comprando otro status social, como apuntaba Juan Eduardo García-Huidobro, experto en educación, en una entrevista con The Clinic.
Los defensores del lucro en educación, sin embargo, le echan la culpa del fracaso que vivimos hoy a la escasa inversión estatal.

“Que el sistema de subvención a la demanda en Chile haya producido una educación de calidad baja, especialmente para los alumnos de grupos socioeconómicos más bajos (...) es consecuencia de la incorrecta fijación de los precios relativos”, escribieron el año pasado Claudio Sapelli y Francisco Gallego, profesores del Instituto de Economía de la UC, en una publicación del Centro de Estudios Públicos (CEP).

Otros fanáticos del lucro argumentan al estilo del comentarista deportivo, que las penas del fútbol se pasan con más fútbol. O sea que no hay que sacar el lucro sino ponerle más. Así opina Ernesto Tironi, economista, asesor de empresas y sostenedor de una escuela. “El Estado tendría que contribuir a generar más competencia. Por ejemplo, instando a los apoderados a cambiar a sus hijos/as a los mejores colegios (...) Entregando los resultados de las pruebas Simce por alumno además de por colegios y enviándoles las notas o puntajes a los padres por carta a sus casas”, recetó.

Hoy todas estas posturas se están discutiendo en el Congreso, en el marco de la nueva Ley General de Educación (LGE) propuesta por el gobierno. Los cálculos dicen que el debate llegará hasta septiembre próximo, cuando una comisión del Senado tendrá que votar por aprobar o no la generalidad del proyecto. Hasta ahora, alrededor de 80 instituciones se han inscrito para exponer ante los parlamentarios cuál es su opinión sobre cómo mejorar la educación en Chile. Quizás sería bueno que éstos se dieran una vuelta por las grandes comunas de Santiago y les preguntaran a los padres una cuestión básica: por qué tienen a sus hijos en los peores colegios y no piensan cambiarlos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

todavia existe este diario apestoso ?

** Lo' ** dijo...

mmm... si me descubrieon, voy como un diario retrasada asi que opinare de este tema...
me sorprendio y mas aun me preocupo cuales son las medidas para elejir un colegio.
osea que pasa en este pais? como es posible que la esducacion sea una cosa de cercania al hogar?, preocupante es saber que la prueba sel simce no logra lo que realmente deberia lograr, que es precisamente aniquilar a los malos colegios, pero la gente como dice bien el titulo prefiere el queso rancio.


falta mas conciencia, mas compromiso y por supuesto mucha mas voluntas para solucionar un problema que ha existido siempre.