20080517

Alfredo Castro, actor y director teatral:

“En la derecha son imbéciles… todo es la iglesia. Y la iglesia, a la Iglesia”



Más conocidos por sus roles cómicos en la televisión que por su sólida carrera en el teatro – cuestión que le carga -; Alfredo Castro dirige actualmente el Centro de Investigación Teatral La Memoria. Aquí nos cuenta de un profesor que tuvo en la escuela de teatro de la Chile que era sapo de la dictadura y sobre la admiración que siente por Diamela Eltit y Juan Radrigán y la obra de temática gay que junto a éste están preparando. Además, arremete contra la derecha y cuenta cómo gracias a la farándula, en la calle le tiran piedras y botellas de vidrio.

Por Catalina May Foto Alejandro Olivares



Has dicho que abriste un Centro de Investigación Teatral porque sentís la necesidad de repensar el oficio, pues con el tiempo se ha ido llenando de muletillas.
Si, uno haciendo televisión se llena del género que exige ser evidente, didáctico, figurativo, gráfico. Los cabros más jóvenes que no trabajan eso van creando muletillas.

¿Muletillas?
Defensas al terror que este oficio conlleva. No es fácil parrase arriba de un escenario, decir un texto, meterse en ese lugar donde todas las imágenes, los fantasmas, los monstruos, las pesadillas, los tormentos y los dobles aparecen. Y tienen que aparecer, porque ese es el oficio. Por miedo, los actores nos llenamos de defensas, muletillas, máscaras y muecas.

Justo Pastor Mellado dijo en una entrevista que no soporta la forma en que se habla en el teatro.
Yo soy amigo de él. Cuando dijo eso le dije. “ Te he tratado de invitar al teatro pro más de 25 años y no has querido ver ninguna de mis putas obras. ¿Serías tan amable de venir a ver Las Brutas, una obra de Rodrigo Pérez donde trabajaban tres actrices maravillosas?” Esa opinión la dio antes de ver Las Brutas; él no veía teatro ¡desde antes del Ictus! Yo le dije: “No seas ridículo, ya no está la guatona declamando en primer plano en el escenario, es una vergüenza que opines así, mejor cállate”. Y vino a ver la obra y me dijo: “Soberbio, las actrices la cagaron”.

¿Pero no le encuentras ni siquiera un poco de razón en lo que decía?

Estoy de acuerdo en que hay una tendencia a no querer, no saber, no resistir estar arriba de un escenario. Estar, pareciera ser simple. Estar.

Tú has dicho que te gusta el actor que se extravía ¿Qué es eso?
Sin ser místico, que es algo que aborrezco, sí creo que cuando uno entra a un escenario no entra a cualquier lugar, sino que uno tiene una carga, una densidad a la cual hay que penetrar, como quien entra a un bosque. Yo lo comparo al momento cuando alguien muere; yo lo he visto y sí se siente que algo se vacía. Cuando uno ya es más viejo es capaz y es necesario extraviarse.

¿Tú te extravías?
Sí.

¿Y dónde estás?

En el goce absoluto.

¿Aunque el personaje no sea gozoso?

Mientras menos gozoso el personaje, más gozo. El teatro es el único lugar donde la verdad se puede decir, aparte del The Clinic, jajaja. Tú cachai lo que es Nora, al final de “Casa de muñecas” (de Ibsen) le diga a su marido: “He vivido en esta casa como una pobre toda mi vida”. ¿Qué mujer humilde le ha podido decir eso a su marido, qué mujer del barrio alto? ¿Quién es capaza de decir en la vida: “Mi papá me dijo que iba ser feliz, feliz, feliz, feliz”, como en “Historia de la sangre”. ¿O como cuando Van Gogh reclama a la dueña de la pensión: “Yo pago y pago caro ¿por qué me saca mis cuadros? ¿Cuántos pagamos y pagamos servicios que no funcionan, que te engañan y no te escuchan? En el teatro tú puedes decirlo todo.


La CNI en el teatro


Tú estudiaste teatro en la Universidad de Chile en plena dictadura. ¿Cómo fue eso?

Asqueroso. Adentro de la escuela se mató gente, entonces nosotros llegábamos a un lugar muy cargado de una historia. Los profesores emblemáticos estaban todos presos, exiliados. Quedaros tres o cuatro profesores que nunca se ensuciaron las manos y los pusieron como directores, subdirectores, directores académicos. Entramos a una escuela bien hostil, porque para los que ya estaban ahí, todos los que entramos éramos de la CNI o soplones y nos costó mucho hacerlos entender que no. Pero sí había en nuestro curso dos o tres que eran absolutamente soplones. Los teníamos cachados, pero denunciarlos era de vida o muerte.

¿Estaban asustados?
Imagínate que te llamaba a veces un profesor que no voy a nombrar, pero que sigue haciendo clases, y te decía: “¿Cómo está tu hermana? ¿Y ese auto de tu papá?” Te daba a entender que sabía todo de ti. Y después llegaba a clases: “¿Está todo bien? ¿Te gusta tu texto?” Entonces era el terror constante. La primera huelga que se hizo en Chile fue ahí, porque echaron a un alumno que tenía un problema en una mano y le dijeron que no podía ser actor. Eso, mezclado con todo el tema político. La huelga consistió en no asistir a los ensayos y se nos instaló un fiscal militar en la escuela.

¿En serio?
Estuvimos acusados de boicot al Estado y sedición. De repente te sacaban de clases y te interrogaba el fiscal: “¿Estuvo usted tal día en la escuela? Sí, estuve. ¿Faltó usted al ensayo de tal obra? Sí, falté. ¿Quién lo obligó a faltar? Nadie. ¿Quién lo obligó a faltar? Nadie. Dígame ahora la verdad porque yo lo puedo exiliar o prohibirle el ingreso a la Universidad de Chile por el resto de sus días”.

En una entrevista que nos dio Juan Radrigán, decía que a él le parecía que en los años 80 más que nada operó la autocensura en el teatro. ¿Piensas lo mismo?
Yo tengo otra mirada. Yo trabajaba en el El Trolley de Griffero y lo pasábamos mal. Nos cortaban la luz durante las funciones, nos allanaban en todas las fiestas que hacíamos con entrada a patadas, rotura de vidrios, metralletas. Íbamos presos por venta ilegal de cerveza, porque si pedíamos patente no nos daban, entonces había que hacer todo clandestinamente. Uno andaba bien cagado de susto. En la calle uno podía ser parado a cualquier hora, irte preso por cualquier cosa y no volver más a tu casa. Nosotros en plena dictadura hicimos “99 La Morgue”, que trataba de detenidos desaparecidos muy abiertamente, pero hacíamos la función con tremendo terror. No es que uno se autocensura. A lo mejor habría que haber sido un poco más valientes, tal vez fuimos un poco cobardes, pero lo pasamos mal. No fue nada de romántico o poético.

Has dicho, a propósito de tu trilogía testimonial, que la dictadura había obligado al teatro a trabajar mucho con metáforas y que , en cambio, a principios de los 90 tú quisiste trabajar con la realidad como fuente de creación.

Yo venía de un fracaso muy grande en el teatro de la UC. Para los 500 años del descubrimiento de América monté una obra que inventé yo, con textos míos y de Paul Claudel. Se llamaba “La tierra no es redonda” y fue un fracaso. Un día me invitó la Claudia Donoso a una exposición de ella y la Paz Errázuriz. Fui y me encontré unas piezas con unas gigantografías de la Paz colgadas y textos de la Claudia. Eran los travesties que inspiraron “La manzana de Adán”. Yo me quedé pa’ adentro, tan tan tan conmovido. Y pensé: “¿Qué estoy haciendo yo con Paul Claudel, qué me puede importar a mí o al público Paul Claudel”. No estoy negando su importancia como intelectual, pero en este momento, en este país, bajo una dictadura feroz… Y le pedí los textos y empecé a montar en la ceguera más absoluta, pero con la convicción de que ahí había algo. Toda mi poética teatral la he fundamentado un poco ahí.

“Mojón de peluquería”

¿Por qué en tu escuela trabajan sólo textos chilenos?
Porque cuando estuve en Inglaterra y tuve que intentar actuar a Shakespeare, para mí fue un tormento tremendo, no era capaz. No sólo porque no hablaba inglés como había que hablarlo, sino que yo como latinoamericano no podía aproximarme a ese universo poético, porque era inconmensurable el espacio cultural que nos separaba. Los ingleses dicen que Shakespeare se actúa al ritmo de las pulsaciones del corazón. Entonces yo me pregunté cuáles son nuestros clásicos y cuáles son nuestras pulsaciones del corazón. Pareciera ser que clásicos en dramaturgia no tuviéramos, con el tiempo vendrán porque hay dramaturgos maravillosos. Pero sí los tenemos en la literatura: Bertoni, Bolaño, Oscar Hahn, Diamela Eltit, Donoso, De Rokha, Mistral, tantos. Tú lees sus textos y puedes sentir que tu cuerpo va a la par con ellos.

¿Si?
Sí. Y también, mira la estupidez que voy a decir, siento que estructuralmente nuestra mandíbula, nuestra lengua, nuestros dientes, rostros y capacidad de aire están hechos para esos textos. Porque ellos nombran a María, a Simón, a Sara. Nombran Matucana, Chiloé, las postas, los parques, los fríos, los temblores, los volcanes. Eso es lo que yo vivo y no los reyes, las princesas, los ducados.

¿No quieres nada con Shakespeare?

No quiero pasar por ignorante. Yo también montaría y montaré seguramente a Shakespeare, pero siempre que sea posible una pasada como la que hizo Nicanor Parra con su “Lear, Rey & Méndigo”, que en vez de “miserable, maldito”, decía “mojón de peluquería”. Entonces la gente que iba puta que gozaba. Lloraba, se reía y eso que igual había reyes y duquesas.

¿Cuándo conociste a Radrigán?
A fines de los 70, porque pololeaba con una cabra de Valparaíso, muy trabajadora, que era amiga de él y le montaba los monólogos. Yo la acompañaba a veces a ensayos en la Casa Naranja, que en ese momento era una ruina, y subíamos al último piso, una pieza de mierda, y ahí yo saludaba a Radrigán y miraba los ensayos. La primera obra de él que hice fue “Hechos consumados” y de ahí que siento una admiración inclaudicable por él. Así como por la Eltit, que ha sido de una generosidad infinita en entregarme sus textos.

¿Qué admiras en ellos?
Siento que ellos están siempre más allá de la historia. “Mano de obra” de Diamela Eltit, fue escrita hace cinco años atrás y habla del problema de la subcontratación, que es un problema que recién los políticos se están dando cuenta que existe. Estoy adaptando la última novela de ella, “Jamás l fuego nunca”, donde habla de una pareja que vive aún en la clandestinidad donde trata el tema del derrumbe de las ideologías y del socialismo en Chile, que me parece notable. Y Radrigán, que de un día para otro aparece por acá y me dice “Oye, te tengo una obra” Y me empieza a contar que se trata del mundo gay, sobre un padre que se resiste a ver la homosexualidad de su hijo. Yo le pregunté que hace él metiéndose en esos temas. Pero él está embalado escribiendo. Se va a llamar “Malevaje gay”, pero todavía no está lista.

Carne psicópata


Este año se cumplen 60 años de la muerte de Artaud. Para ti él ha sido una influencia importante…
Cuando yo era joven compartía departamento con Aldo Parodi y Pato Strahovsky. Parodi era un fanático de Artaud y me tenía chato- Odié a Artaud con todo el odio que soy capaz por muchos años. Después descubría que era porque me daba miedo. Yo he estado durante algunos momentos de mi vida bastante cerca de la locura. He hestado dando jugo fuerte, por razones artísticas o amorosas o familiares. Hasta que en un momento de crisis de mi vida agarré a Artaud y me metía. Pero ya lo abandoné hace seis o siete años. Ya lo leí, ya e lo comí y ahora yo hago mi parte o más. Mi intención siempre fue hacer una interpretación de la escena artudiana, que tuviera que ver con nuestro país.

¿Qué te asustaba y que te interesó de Artaud?
El era psicótico o esquizofrénico diagnosticado, de sus 50 años de vida pasó 40 en clínicas. Estamos hablando de un hombre que sufrió mucho. Artaud vivió la Segunda Guerra Mundial en una clínica, se desnutrió, perdió casi todos sus dientes y pelo. Era adicto al opio, que usaba para calmar sus dolores. Sufrió una meningitis, a los ocho o diez años sufría de contracturas musculares en la cara, jaquecas, convulsiones. Él todo lo leía desde un hombre que no tuvo cuerpo y para él su cuerpo es su obra. Él tiró las bases del teatro contemporáneo. Yo encuentro que de ahí no se ha movido nadie. Pero el teatro artudiano no existió ni va a existir nunca. No hay cuerpo que resista sus exigencias. El traspasó el lenguaje y entró en el real, no en la realidad.

¿Cuál es la diferencia?
La diferencia es que la realidad tú la ves todos los días y la puedes describir y analizar. Y el real es el lugar donde no hay palabras para la descripción, por el error que eso causa. No hay más posibilidad que una manifestación de cuerpo, o sea un desmayo, vómito, pérdida de memoria, ceguera.

Me dices que te sientes cercano a la locura y que por eso le temes un poco. En tu trabajo también la has tenido bien cerca. Los testimonios de “Historias de la sangre” son de psiquiátricos, en la película Fuga eras un loco.

Claro. En el rey Lear también, en Van Gogh también. El marido de Nora en “Casa de muñecas” es un tipo de una agresividad muy psicópata. Yo soy carne de psicópata. No he buscado nada, a mi me ha llegado. Yo salgo de acá, camino una cuadra y se me acerca el psicópata de aquí del frente que me pregunta día por medio si toco guitarra. Yo los escucho, me gustan, me caen bien. No siento ninguna compasión burguesa, sé que es un lugar de un dolor tan grande que lo sé comprender.

“Oye, culiao”

¿Qué valor le das a tu trabajo en la televisión?
La tele para mí es un espacio laboral importante, que va cambiando según los estudios que hace una empresa de la cual uno es personal externo.

¿Qué piensas de las teleseries en que has trabajado el último tiempo? Están bien divorciadas de la realidad de nuestro país.
José Soza dice que el público de las teleseries de las ocho ha variado radicalmente en cinco años. Mi hija mayor, que tiene 14 años, no las ve por ningún motivo. Las ven las señoras, a las que según los estudios, les gusta la ficción, entonces los personajes se alejan de la realidad. A mi todavía la gente me dice Lazlo, por los gitanos. O ¡Ernesto cagao!, por la teleserie de Chiloé. Pero nadie me dice Pepe, como en la de ahora. Es porque esas teleseries mostraban un Chile de verdad.

¿Qué propones?
Juntar a un grupo de actores que son además directores y dramaturgos, con los hueones que escriben, sociólogos, antropólogos y ver cuáles son los temas en Chile, la realidad de la clase media, de la aristocracia, de los trabajadores temporeros. Te apuesto que la gente engancharía altiro. Pero uno no tiene esa oportunidad.

¿No te complica ser parte de la televisión que forma un público que es justo lo opuesto del tipo de audiencia por la que aboga el teatro?
Mucho. Me da mucha rabia ver todos los programas dedicados a la farándula con la cuál se nos mezcla sin pudor. La gente en la calle a uno lo asocia con ese asqueroso mundo.

¿Si?
Hace un tiempo iba atravesando el puente Lyon y subieron dos cabros que venían neopreneados, cagados de la risa empujándose. Y me miran y dicen: “¡Cáchate, el actor! ¡Oye , culiao, no sé que hueá!” Yo me di cuenta, les hice como una seña todo cagao, seguí caminando y pensé que puedo hacer, pero ellos no saben de mi teatro, me ven en la tele haciendo payasos y cómicos y me ven aparecer en la farándula y me asocian con multimillonarios llenos de privilegios. Y de repente ¡pa!, me llega un botellaza que te lo encargo. Una botella de vidrio que por que el hueón no quiso no me la reventó en la cabeza, pero me la reventó en los pies…

¡Uh!
Y otro día estaba filmando la película Tony Manero debajo de un puente en el Mapocho y dicen “Cámara, filmando” y me llega un piedrazo en la cabeza que me sacó un poco de sangre y me hizo un pequeño hoyito en la cabeza. Eran puros escolares arriba del puente. Y yo me senté y pensé que tenía razón. Que ese cabro me asocia con su fracaso, con su miseria, con su Transantiago y su cagá de vida. Que yo debe representar pa`él a un hueón exitoso, al que le va estupendo, gracias a esta farandulización.

“El matrimonio que murió abrazado”


Has dicho que está obsesionado con mantenerte informado, que lees todos los diarios, que escuchas la Cooperativa y la Bío-Bío y ves las noticias religiosamente. ¿Cómo ves el Chile de hoy?
Yo me siento solo. Y no estoy solo. Nadie quiere conversar, nadie quiere verse, todo es puro huveo, nadie quiere escucharse, todo es éxito o fracaso. Nos faltamos el respeto entre todos y a nosotros mismos.

¿Cómo ves a Bachelet?
Yo tengo ene respeto por la Presidenta y por los políticos de antaño y algunos jóvenes también. Pero ellos supieron rodearse de pequeños ladronzuelos. Yo he dicho que me falta que la Presidenta se imponga, no desde la imposición antipática, sino para verla. Yo no la veo. Si me preguntas mi sensación del país, es como a la deriva. Solo. Como el matrimonio que se murió solo abrazado en el centro. Como las niñas que abortan solas o como las mujeres que son asesinadas por sus parejas.

¿La derecha es una opción para ti?
No, porque no supo desenmarcarse a tiempo, con honestidad y ética, de su omisión o participación en el gobierno militar. La gente no está en sintonía con ellos, todo lo que ha pasado con la píldora lo demuestra. Ellos te colocan como un criminal que estás por el aborto, o estás con ellos por la vida. No es esa la discusión, sino mi derecho y libertad para hacer con mi sexualidad y mi cuerpo lo que yo considere. Eso no lo pueden decidir ocho o quince personas. En la derecha hacen puras estupideces.

¿Por ejemplo?
Esto del libro negro del Transantiago. Muertos de la risa entregando una estupidez de libro negro. Si la gente lo que quiere es que digan que van a poner los trescientos y tantos millones porque la gente necesita trasladarse. Yo soy usuario del Transantiago, no estoy huviando. Se anotarían un poroto, pero son imbéciles. Todo es en contra, todo es la Iglesia. Y la Iglesia, a la Iglesia.

1 comentario:

David dijo...

Siempre en la actuación me gusto este actor y por eso trato de ver todos sus programas. En los departamentos amoblados en buenos aires de mi familia se han visto todos sus programas ya que me encanta de que forma se destaca